No cabe duda de que la novela de Rayuela es el legado más importante que dejó Julio Cortázar a la humanidad, ya que su contenido se ha convertido para eruditos de la literatura en un centro de estudio donde se busca descifrar el misterio de su origen, así pues desde su publicación fue catalogada como una novela abierta y ha estado expuesta a innumerables lecturas, críticas y análisis.
“Ardemos en nuestra obra, fabuloso honor moral, alto desafío del fénix”, resalta un fragmento de la obra en mención, precisamente en su capítulo 73, parte en la que el propio escritor argentino recomienda iniciar la lectura desde ahí haciendo eco a la controversia generada por la majestuosa “Rayuela”.
Actualmente no hay carrera de literatura donde no se ofrezca un seminario dedicado a analizar a profundidad la célebre obra del argentino.
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Como muestra cabe hacer énfasis particularmente a ese Capítulo 73, donde la maestría de Cortázar se desarrolla en un simple tornillo, a lo que él lo ha llamado el “Gran Tornillo”, del cual varía infinidad de pensamientos relacionados a un simple artefacto.
“Incurables, perfectamente incurables, elegimos por tura el Gran Tornillo, nos inclinamos sobre él, entramos en él, volvemos a inventarlo cada día, a cada mancha de vino en el mantel, a cada beso de moho en las madrugadas de la Cour de Rohan, inventamos nuestro incendio, ardemos de dentro afuera, quizá eso sea la elección…”.
Sobre la breve historia de aquel tornillo, Julio Cortázar hace mención al político y crítico de arte italiano, Giovanni Morelli, explicando que en uno de sus libros habla de un napolitano que se pasó años sentado a la puerta de su casa mirando un tornillo en el suelo.
“Por la noche lo juntaba y lo ponía debajo de colchón”.
Alrededor de ese tornillo primeramente todo eran risas, tomada de pelo, irritación comunal, junta de vecinos, signo de violación de los deberes cívicos y finalmente encogimiento de hombros, pero después procedió a ser paz, “el tornillo de la paz”, y entonces nadie podía pasar por la calle sin mirar de reojo el tornillo y sentir que era la paz.
En su relato, indica que el napolitano murió de un síncope, “y el tornillo desapareció apenas acudieron los vecinos. Uno de ellos lo guarda, quizá lo saca en secreto y lo mira, vuelve a guardarlo y se va a la fábrica sintiendo algo que no asegura que comprende, una oscura reprobación”.
Esta historia trascurre en que a ese sujeto sólo se calma cuando saca el tornillo (de la paz) lo mira, se queda mirándolo hasta que oye pasos y tiene que guardarlo presuroso.
Morelli pensaba que el tornillo debía ser otra cosa, un dios o algo así. Solución demasiado fácil. Quizá el error estuviera en aceptar que ese objeto era un tornillo por el hecho de que tenía la forma de un tornillo.
Tras el relato, Cortázar con toda su genialidad literaria cuestiona el ¿por qué entregarse a la Gran Costumbre?, asegurando que se puede elegir cualquier “tura” -escritura, literatura, pintura, escultura, agricultura, piscicultura, todas las turas de este mundo- y la invención.
Cortázar deja en claro que el hombre que está en búsqueda constante es como si estuviera ardiendo en un fuego inventado, “una incandescente tura”, un artilugio de la raza, una ciudad que es el Gran Tornillo.
“Nadie nos curará el fuego sordo, el fuego sin color que corre al anochecer por la rue de la Hunchette. Incurables, perfectamente incurables, elegimos por tura el Gran Tornillo, nos inclinamos sobre él, volvemos a inventarlo cada día…”.
Es así como Cortázar resulta ser el escritor más metafísico que con esta obra se pasó la vida buscándose el centro de sí mismo.