Julio Cortázar: un cronopio bajo el sol de Zihuatanejo

Julio Cortázar: un cronopio bajo el sol de Zihuatanejo

 

Julio Cortázar cansado de los días grises de París, de las conferencias y entrevistas de saco y corbata en prensa, radio y televisión, decidió abandonarlo todo por un tiempo para llegar a tumbarse bajo el sol en una playa perdida de la bahía de Zihuatanejo.

En una de tantas fotos que Carol le tomó con su cámara Kodak se ve al Gran Cronopio en los jardines de los bungalows las Urracas reclinado en un camastro azul con tan sólo un bañador verde oscuro como única prenda de vestir. Con un bronceado en su cuerpo delgado e infantil que parece más bien forzado que natural, pues era de piel muy blanca. Entre su pecho desnudo y la mano izquierda detiene una larga y seca vaina de palmera. En la cabeza lleva una corona de flores diminutas de color rojo y de su rostro –además de sus singulares ojos verdes, largos y separados– se alcanza a ver, entre su barba y bigote, una pequeña sonrisa más bien nerviosa y, como fondo, un cerco vegetal que ayuda a resaltar su enorme figura.

En 1980 Zihuatanejo todavía conservaba su entorno natural y un ambiente solitario. Un lugar idóneo para aquellos que huían del caos de las grandes urbes buscando el anonimato, la calma y la tranquilidad. La Ropa, de agua azul, suave oleaje y arena blanca es una de las playas más hermosas de la pequeña bahía. Para llegar a aquélla, a sus restaurantes y hoteles se tiene que subir y bajar un cerro de vegetación abundante que llega hasta la orilla de la playa. Desde la altura de este cerro –que, además, sirve también para defenderla de fuertes vientos y huracanes– puede uno contemplar, en todo su esplendor, la belleza de la bahía. Julio Cortázar, su pareja Carol Dunlop y el hijo de ésta, el pequeño Stéphane, llegarían a Zihuatanejo a finales de junio de ese mismo año. La  primera impresión del escritor argentino fue enviada por vía correo postal hasta Argentina; a casa de su madre: “…estamos en una playa bastante solitaria, pasando nuestras vacaciones con el hijito de Carol. El lugar es bellísimo y el mar azul y caliente, de modo que es perfecto para descansar y tostarse; falta nos hacía después de tantos viajes y tanto trabajo en París.”

Las Urracas son una serie de bungalows de concreto con techo de dos aguas cubierto de tejas de barro, construidos a orilla de la playa la Ropa. Su aspecto rústico se asemeja mucho a las chozas de bahareque con techo de hoja de palma que abundan en todo el litoral del Pacífico. En la época en que se hospedó el escritor argentino contaban con estufa a gas, refrigerador y aire acondicionado que refrescaba el interior en los días de extremo calor. La única conexión con el exterior –además del correo postal- era un teléfono convencional que se encontraba en la administración que era utilizado sólo para asuntos relevantes.  Árboles de almendros, mangos, tamarindos e icacos, altas palmeras de cocoteros, plantas con flores tropicales y una gran variedad de aves coloridas recreaban a la perfección al añorado paraíso perdido. Rodeado de todo esto y frente al mar cálido, Cortázar escribía, en su máquina lettera 22, cartas para sus familiares y amigos; además del llamado Cuaderno de Zihuatanejo que contenía entre sus páginas los sueños de esa temporada.

De manera regular Gabriel García Márquez se comunicaba por teléfono con él para comentarle los pormenores del concurso literario que la revista Proceso y la editorial Nueva Imagen preparaban; ya que ambos eran parte del jurado que seleccionaría a los ganadores. En una de esas llamadas Gabo le comentó que su hijo Rodrigo y sus amigos pasarían unos días en Zihuatanejo y que aprovecharía esta oportunidad para enviarle algunos cuentos del concurso. Días después, por la mañana, se apareció Rodrigo, iba acompañado por su amigo –el periodista venezolano– Mauricio Vargas. Cortázar los invitó a pasar a la veranda, les alcanzó unas cervezas y unos bocadillos. Cuando el periodista le platicó de su reciente viaje por Centroamérica y de los lugares que visitó Julio se abalanzó sobre éste con una serie de preguntas: ¿Cómo iban los sandinistas? ¿Cómo se veía la guerrilla salvadoreña? ¿Qué pasaba en panamá? ¿Hay alguna opción de derrocar a la dictadura guatemalteca? Temas que a Cortázar le preocupaban desde el inicio de estos conflictos y que se vieron reflejados en uno de sus libros: Nicaragua tan violentamente dulce.   

 Le gustaba recoger los cocos que caían cerca de los bungalows. Se agachaba y los levantaba con mucho esfuerzo. Las palmeras de Zihuatanejo dan cocos de gran tamaño casi como una pelota de basquetboll. Julio era tan largo como una palmera –media casi dos metros de estatura-. Le pasaba los cocos a Don Eliseo para que los pelara. Después, con la ayuda de Carol y Stephane, los metía al refrigerador. Don Eliseo, quien era el cuidador del lugar, sabía que no debía levantar los cocos que las palmeras dejaban caer por las noches, que a la familia Cortázar, al despertar por las mañanas, le gustaba entretenerse con esta labor. En una de sus cartas que escribió desde esta bahía le contó a su amigo Luis Tomasello, pintor argentino, que había una cantidad enorme de cocos por el suelo, los ponía a enfriar y después le agregaba ginebra o ron al agua produciendo con esta mezcla una bebida deliciosa.

“El señor era muy tranquilo. Lo veía sentado en la mediagua escribiendo en una máquina de escribir. Fumaba y se alejaba los mosquitos con un trapo. Su mujer todos los días cargaba una cámara, también él, pero era ella quien más la usaba. Al niño le gustaba meterse al mar y jugar con los hijos de la señora que trabajaba lavando ropa en las Urracas”. Me platica Don Eliseo.

Cuaderno de Zihuatanejo no es propiamente un libro a la manera que nos tiene acostumbrado. No. Es más bien una suerte de diario íntimo de los sueños de la temporada del año de 1980. Más precisamente de aquel mes de agosto que estuvo en las playas de Zihuatanejo. En este cuaderno se puede vislumbrar un poco la estancia del escritor por este balneario: “…ahora es ahora, Hermes Baby, un bungalow junto a una playa, agosto del ochenta, siete y cuarenta y cinco de la mañana, cielo nublado, un calor de justicia, mosquitos, cigarrillos Delicados con filtro, una mierda by the way pero se acabaron los Gitanes.” O la historia dentro de su historia como esas muñecas rusas que contienen otras en su interior: “…Carla miró entre nuestros escasos bastimentos de verano en el bungalow de Zihuatanejo (vivimos como polinesios, como hippies, como idiotas, como felices playeros, como intelectuales, como lo que somos que es eso junto qué joder)…” Carla es propiamente Carol Dunlop.

 En las Urracas, hay una placa de talavera poblana diseñada con diminutas flores coloridas y letras azules que dice: “También aquí Julio Cortázar sembró letras y afecto. Verano de 1979. Zihuatanejo, Gro.” La mandó colocar la esposa del licenciado Hernández –el dueño de los bungalows– mucho tiempo después de su estancia. Desde luego la fecha es errónea pero ninguno de ellos ya no está para cambiarla.