Siete Elegías

SIETE ELEGÍAS

DE POETAS HISPÁNICOS

 

 

La elegía es una composición poética en la que se expresa el lamento y la tristeza por la muerte de un amor o ser querido, la pérdida de una ilusión o por experimentar cualquier otra situación desafortunada.

Es un género de la lírica que busca expresar a través de las palabras la brevedad de la vida, recordar aquello que se ha perdido y darle una nueva forma a partir de la memoria, es decir, un sentido de existencia más allá de la pérdida o desaparición.

Entre los poetas hispánicos que destacan por sus elegías destacan Jorge Manrique, Federico García Lorca, Octavio Paz, Pablo Neruda, Miguel Hernández, Miguel de Unamuno,

 

ELEGÍA A MI PADRE 

Jorge Manrique

(Fragmento)

 

I

Recuerde el alma dormida,

avive el seso e despierte

contemplando

cómo se passa la vida,

cómo se viene la muerte

tan callando;

cuán presto se va el plazer,

cómo, después de acordado,

da dolor;

cómo, a nuestro parescer,

cualquiere tiempo passado

fue mejor.

 

II

Pues si vemos lo presente

cómo en un punto s'es ido

e acabado,

si juzgamos sabiamente,

daremos lo non venido

por passado.

Non se engañe nadi, no,

pensando que ha de durar

lo que espera

más que duró lo que vio,

pues que todo ha de passar

por tal manera.

 

III

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar,

qu'es el morir;

allí van los señoríos

derechos a se acabar

e consumir;

allí los ríos caudales,

allí los otros medianos

e más chicos,

allegados, son iguales

los que viven por sus manos

e los ricos.


 

* *     * * *   * *


 

ELEGÍA DEL SILENCIO

Federico García Lorca

 

Silencio, ¿dónde llevas

tu cristal empañado

de risas, de palabras

y sollozos del árbol?

¿Cómo limpias, silencio,

el rocío del canto

y las manchas sonoras

que los mares lejanos

dejan sobre la albura

serena de tu manto?

¿Quién cierra tus heridas

cuando sobre los campos

alguna vieja noria

clava su lento dardo

en tu cristal inmenso?

¿Dónde vas si al ocaso

te hieren las campanas

y quiebran tu remanso

las bandadas de coplas

y el gran rumor dorado

que cae sobre los montes

azules sollozando?

 

El aire del invierno

hace tu azul pedazos,

y troncha tus florestas

el lamentar callado

de alguna fuente fría.

Donde posas tus manos,

la espina de la risa

o el caluroso hachazo

de la pasión encuentras.

Si te vas a los astros,

el zumbido solemne

de los azules pájaros

quiebra el gran equilibrio

de tu escondido cráneo.

 

Huyendo del sonido

eres sonido mismo,

espectro de armonía,

humo de grito y canto.

Vienes para decirnos

en las noches oscuras

la palabra infinita

sin aliento y sin labios.

 

Taladrado de estrellas

y maduro de música,

¿dónde llevas, silencio,

tu dolor extrahumano,

dolor de estar cautivo

en la araña melódica,

ciego ya para siempre

tu manantial sagrado?

 

Hoy arrastran tus ondas

turbias de pensamiento

la ceniza sonora

y el dolor del antaño.

Los ecos de los gritos

que por siempre se fueron.

El estruendo remoto

del mar, momificado.


Si Jehová se ha dormido

sube al trono brillante,

quiébrale en su cabeza

un lucero apagado,

y acaba seriamente

con la música eterna,

la armonía sonora

de luz, y mientras tanto,

vuelve a tu manantial,

donde en la noche eterna,

antes que Dios y el tiempo,

manabas sosegado.

 

 

* *     * * *   * *


 

ELEGÍA INTERRUMPIDA

Octavio Paz

 

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

Al primer muerto nunca lo olvidamos,

aunque muera de rayo, tan aprisa

que no alcance la cama ni los óleos.

Oigo el bastón que duda en un peldaño,

el cuerpo que se afianza en un suspiro,

la puerta que se abre, el muerto que entra.

De una puerta a morir hay poco espacio

y apenas queda tiempo de sentarse,

alzar la cara, ver la hora

y enterarse: las ocho y cuarto.

 

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

La que murió noche tras noche

y era una larga despedida,

un tren que nunca parte, su agonía.

Codicia de la boca

al hilo de un suspiro suspendida,

ojos que no se cierran y hacen señas

y vagan de la lámpara a mis ojos,

fija mirada que se abraza a otra,

ajena, que se asfixia en el abrazo

y al fin se escapa y ve desde la orilla

cómo se hunde y pierde cuerpo el alma

y no encuentra unos ojos a que asirse…

¿Y me invitó a morir esa mirada?

Quizá morimos sólo porque nadie

quiere morirse con nosotros, nadie

quiere mirarnos a los ojos.

 

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

Al que se fue por unas horas

y nadie sabe en qué silencio entró.

De sobremesa, cada noche,

la pausa sin color que da al vacío

o la frase sin fin que cuelga a medias

del hilo de la araña del silencio

abren un corredor para el que vuelve:

suenan sus pasos, sube, se detiene…

Y alguien entre nosotros se levanta

y cierra bien la puerta.

Pero él, allá del otro lado, insiste.

Acecha en cada hueco, en los repliegues,

vaga entre los bostezos, las afueras.

Aunque cerremos puertas, él insiste.

 

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

Rostros perdidos en mi frente, rostros

sin ojos, ojos fijos, vaciados,

¿busco en ellos acaso mi secreto,

el dios de sangre que mi sangre mueve,

el dios de yelo, el dios que me devora?

Su silencio es espejo de mi vida,

en mi vida su muerte se prolonga:

soy el error final de sus errores.

 

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.

El pensamiento disipado, el acto

disipado, los nombres esparcidos

(lagunas, zonas nulas, hoyos

que escarba terca la memoria),

la dispersión de los encuentros,

el yo, su guiño abstracto, compartido

siempre por otro (el mismo) yo, las iras,

el deseo y sus máscaras, la víbora

enterrada, las lentas erosiones,

la espera, el miedo, el acto

y su reverso: en mí se obstinan,

piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,

beber el agua que les fue negada.

Pero no hay agua ya, todo está seco,

no sabe el pan, la fruta amarga,

amor domesticado, masticado,

en jaulas de barrotes invisibles

mono onanista y perra amaestrada,

lo que devoras te devora,

tu víctima también es tu verdugo.

Montón de días muertos, arrugados

periódicos, y noches descorchadas

y amaneceres, corbata, nudo corredizo:

-saluda al sol, araña, no seas rencorosa…-

Es un desierto circular el mundo,

el cielo está cerrado y el infierno vacío.


 

* *     * * *   * *

 

 

ELEGÍA PARA CANTAR 

Pablo Neruda

                                                            A Violeta Parra

I

¡Ay, qué manera de caer hacia arriba

y de ser sempiterna, esta mujer!

 

De cielo en cielo corre o nada o canta

la violeta terrestre:

la que fue, sigue siendo,

pero esta mujer sola

en su ascensión no sube solitaria:

la acompaña la luz del toronjil,

del oro ensortijado

de la cebolla frita,

la acompañan los pájaros mejores,

la acompaña Chillán en movimiento.

 

¡Santa de greda pura!


Te alabo, amiga mía, compañera:

de cuerda en cuerda llegas

al firme firmamento,

y, nocturna, en el cielo, tu fulgor

es la constelación de una guitarra.

De cantar a lo humano y lo divino,

voluntariosa, hiciste tu silencio

sin otra enfermedad que la tristeza.

 

II

Pero antes, antes, antes,

ay, señora, qué amor a manos llenas

recogí as por los caminos:

sacabas cantos de las humaredas,

fuego de los velorios,

participabas en la misma tierra,

eras rural como los pajaritos

y a veces atacabas con relámpagos.

 

Cuando naciste fuiste bautizada

como Violeta Parra:

el sacerdote levantó las uvas

sobre tu vida y dijo:

"Parra eres

y en vino triste te convertirás".

 

En vino alegre, en pícara alegría,

en barro popular, en canto llano,

Santa Violeta, tú te convertiste,

en guitarra con hojas que relucen

al brillo de la luna,

en ciruela salvaje

transformada,

en pueblo verdadero,

en paloma del campo, en alcancía.

 

III

Bueno, Violeta Parra, me despido,

me voy a mis deberes.

¿Y qué hora es? La hora de cantar.

Cantas.

                        Canto.

                                     Cantemos.


 

* *     * * *   * *

 


ELEGÍA 

Miguel Hernández


 

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se

me ha muerto como del rayo Ramón

Sijé con quien tanto quería).


 

Yo quiero ser llorando el hortelano

de la tierra que ocupas y estercolas,

compañero del alma, tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas

y órganos mi dolor sin instrumento.

a las desalentadas amapolas

 

daré tu corazón por alimento.

Tanto dolor se agrupa en mi costado,

que por doler me duele hasta el aliento.

 

Un manotazo duro, un golpe helado,

un hachazo invisible y homicida,

un empujón brutal te ha derribado.

 

No hay extensión más grande que mi herida,

lloro mi desventura y sus conjuntos

y siento más tu muerte que mi vida.

 

Ando sobre rastrojos de difuntos,

y sin calor de nadie y sin consuelo

voy de mi corazón a mis asuntos.

 

Temprano levantó la muerte el vuelo,

temprano madrugó la madrugada,

temprano estás rodando por el suelo.

 

No perdono a la muerte enamorada,

no perdono a la vida desatenta,

no perdono a la tierra ni a la nada.

 

En mis manos levanto una tormenta

de piedras, rayos y hachas estridentes

sedienta de catástrofes y hambrienta.

 

Quiero escarbar la tierra con los dientes,

quiero apartar la tierra parte a parte

a dentelladas secas y calientes.

 

Quiero minar la tierra hasta encontrarte

y besarte la noble calavera

y desamordazarte y regresarte.

 

Volverás a mi huerto y a mi higuera:

por los altos andamios de las flores

pajareará tu alma colmenera

 

de angelicales ceras y labores.

Volverás al arrullo de las rejas

de los enamorados labradores.

 

Alegrarás la sombra de mis cejas,

y tu sangre se irán a cada lado

disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,

llama a un campo de almendras espumosas

mi avariciosa voz de enamorado.

 

A las aladas almas de las rosas

del almendro de nata te requiero,

que tenemos que hablar de muchas cosas,

compañero del alma, compañero.


 

* *     * * *   * *


 

EN LA MUERTE DE UN HIJO

Miguel de Unamuno

 

Abrázame, mi bien, se nos ha muerto

el fruto del amor;

abrazáme, el deseo está a cubierto

en surco de dolor.

 

Sobre la huesa de ese bien perdido,

que se fue a todo ir,

la cuna rodará del bien nacido,

del que está por venir.

 

Trueca en cantar los ayes de tu llanto,

la muerte dormirá;

rima en endecha tu tenaz quebranto,

la vida tornará.

 

Lava el sudario y dale sahumerio,

pañal de sacrificio,

pasará de un misterio a otro misterio,

llenando santo oficio.

 

Que no sean lamentos del pasado,

del porvenir conjuro,

brizen, más bien, su sueño sosegado

hosanas al futuro.

 

Cuando al ponerse el sol te enlute el cielo

con sangriento arrebol,

piensa, mi bien: «a esta hora de mi duelo

para alguien sale el sol».

 

Y cuando vierta sobre ti su río

de luz y de calor,

piensa que habrá dejado oscuro y frío

algún rincón de amor.

 

Es la rueda: día, noche; estío, invierno;

la rueda: vida, muerte…

sin cesar así rueda, en curso eterno,

¡tragedia de la suerte!
 

Esperando el final de la partida

damos pasto al anhelo,

con cantos a la muerte henchir la vida,

tal es nuestro consuelo.






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https://www.significados.com/elegia/

https://www.classicistranieri.com/miguel-de-unamuno-en-la-muerte-de

-un-hijo.html

https://algundiaenalgunaparte.com/2015/08/05/elegia-miguel-hernandez/

https://perrerac.org/chile/pablo-neruda-elega-para-cantar/523/

https://ciudadseva.com/texto/elegia-del-silencio/

https://www.poesi.as/index1.htm



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