Literatura Guerrerense | Aforismos de Ari J. González

LA LENGUA DE LAS NUBES,

DE ARI J. GONZÁLEZ

 

Las nubes son un lenguaje en sí mismas.

II

Las nubes enseñaron a los seres del mundo el viejo arte de contar historias. Narradoras maestras, disuelven las costuras de la trama del cielo sin que lo advirtamos.

 

III

Hablamos también en lengua de nubes porque en silencio se aprende a leerlas y a escucharlas. Son construcciones con este lenguaje las imágenes del sueño.

IV

De las lenguas que se gestan durante el viaje, es la de las nubes la más cambiante: la migración continua del firmamento, la alteración de algo más que la sintaxis viajera, es la evidencia de la evolución imparable de la lengua celeste: la lengua más viva.

V

El agua es lengua madre y las nubes su romanceamiento.

VI

A veces quedan trazos del trabajo de escritura en la hoja de la bóveda celeste. Un borrón que la mano del viento pasa y deja el cielo aborregado. Las nubes sobre las nubes son antiguos palimpsestos que regresan de una biblioteca oculta.

VII

La ausencia de nubes es una expresión del silencio del mundo.

VIII

Mientras que en la vida bajo el cielo a los silencios les encontramos sentido tarde o temprano, al silencio de las nubes siempre seremos incapaces de sacarle un alivio para las dudas.

IX

Una memoria en sí misma son las nubes en aparente calma.

X

Las nubes en los antiguos códices son entidades atrapadas del papiro.

XI

Las nubes son los fantasmas de los molinos de viento.

XII

La infancia es el estado más propicio para interpretar las nubes y su lenguaje.

XIII

Las nubes son sus propias máscaras en el desfile de las estaciones.

XIV

La luna entre las nubes es un mensaje incautado por las redes en marcha.

XV

En la lengua de las nubes, las mitologías cobran forma a gran escala. Algunos personajes de cada mito han vuelto con la lluvia.

XVI

La poesía es una manifestación primigenia del arte de las nubes.

XVII

Las nubes son las altas aves de las cordilleras y de las montañas. Observar su vuelo migratorio y la danza de sus cortejos, son ejercicios opuestos a la cacería.

XVIII

Llorar en la lengua de las nubes es limpiar dos veces la mirada.

XIX

La de las nubes es música de un solo instrumento que cambia de estructura conforme pasa por las manos del viento.

XX

Las nubes no conocen el concepto de jerarquía en su lenguaje. El cielo es uno mismo y sin escalas cuando las nubes ascienden o descienden en acuerdo con sus estados de ánimo.

XXI

Aprender la lengua de las nubes para escribir en ella su epitafio: la búsqueda de muchos.

XXII

El fin del mundo para los antiguos marineros no era el fin del mundo para las nubes que viajaban hasta sobrepasar el horizonte. Esta lección construyó un valor para el arrojo y la ventura.

XXIII

Hay entre los iniciados, un primer ritual que se entona en la lengua de las nubes. El alma, nube del cuerpo, habla a partir de entonces.

XXIV

Lejos de lo que se anuncia en otros sitios, reza en la puerta de las nubes la leyenda: “abandona aquí toda pereza de imaginación”.

XXV

Las nubes son sombrero y pensamiento, sombra y luz en desbandada.

XXVI

Las nubes no conocen la melancolía ni la nostalgia: regalan en los días grises sus recuerdos más amados.

XXVII

En el habla del cielo, las metáforas se expresan en nubes que se desplazan hacia sentidos menos evidentes.

XXVIII

La niebla aspira el alcance de la forma de la nube. En su vocación, recorre los estados del aire ante los ojos de los distraídos que la ven como un cuerpo en descenso.

XXIX

Las nubes multiplican los argumentos de la historia imparable. Los vanos intentos de detener este crecimiento orgánico son lavados con la tormenta.

XXX

Un río secreto guarda cada nube en su interior. Mientras duermen, las nubes navegan este río. Cuando una nube despierta removida, libera al río por unas noches; como a un amor que habrá de volver después del ciclón, del huracán.

XXXI

Las nubes sobre los puertos son aves que cantan la canción de la marea. No barcos, inestables navíos traficantes: el equilibrio encarnado.

XXXII

En las zonas de nubes movedizas, cae atrapado el pensamiento. Intentar salir de ahí no sólo es inútil, sino también una falta de buen gusto.

XXXIII

Por oposición al reloj de arena, el reloj de nubes cuenta el tiempo del retorno.

XXXIV

En la escritura de las nubes no existen signos de puntuación: lo que parece el final puede ser el principio; no hay barreras, sino pasajes.*

 

*Una parte de este texto fue publicada en el Seminario Trinchera.

Ari J. González (Acapulco, 1988)

Ha trabajado como tallerista educativo en la fundación Save The Children México y en el Centro Integral Multidisciplinario de Actividades Académicas Independencia. Es autor de Sacrifican a pareja híbrida en la entrada de una casa (Secretaría de Cultura de Guerrero y Editorial De Otro Tipo, 2015) y de Slot (Secretaría de Cultura y Turismo de Puebla y Libros Magenta, 2018). En 2017 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Germán List Arzubide. Es editor de la revista Trabajo para el cambio social, del instituto CIMAA Independencia.

diegomontes@adncultura.org