El valor de contar la historia personal
Presentación del libro Samovar, de Ethel Krauze
(Texto leído en la FILA 2023)
Es tarde. Pozolería “Los Anafres”. Es la fiesta del 10 de mayo de la empresa. Todo está lleno, no hay pista para bailar. Comienzo a leer Samovar en el celular. El ruido es caótico y sospecho que no podré avanzar porque soy más apegado al silencio. Avanzo. Es la primera vez que leo un libro digital. Las páginas avanzan y avanzan. Termino un capítulo y voy con el otro. Me distraigo con el show de imitadores. Sigo siendo tu esclava, sigo siendo tu dama de hierro. Vuelve la rumba. Yo vuelvo al libro. Entonces me doy cuenta de que he avanzado más de lo que imaginaría. Algo pasa con el texto porque logró aislarme. Leo despacio y en cada capítulo me doy tiempo para respirar, para platicar de vez en cuando con quienes están en la mesa, no vaya a quedar como un acedo que se aísla. Pero luego vuelvo a abrir el libro y sigo leyendo. Me distraigo otra vez con el show. Soledad, la única que viene cuando todos se van. Nena, lluvia serena. Entra Miguel Bosé, un showman de 1.90 de altura, en un traje de cuero apretado que luego se quita encima de una mesa para mostrar sus glúteos redondos y firmes acogidos en una tanga verde fluorescente, sudado, pletórico. Me distraigo de más, pero es inevitable. Antes de las ocho de la noche he leído casi la mitad del libro.
Es bueno respirar. Hasta ahora me he reído mucho con las discusiones de la abuela Ana y la tía Lena. He intentado pronunciar el texto con las apócopes y el fraseo de dos mujeres rusas hablando español. Tengo que ir poco a poco con las palabras en yiddish y en ruso, y sí, también me he dado cuenta de que Modesta, sabe más que yo, y que Tatiana, la narradora. El aprendizaje de Modesta viene de la convivencia constante, de las historias que Ana había contado una y otra vez, pero que nadie había registrado, hasta que, Tatiana, fotógrafa reconocida internacionalmente, descubre, en una palabra en yiddish, un mundo al que nadie había tenido acceso. Una palabra escrita en un idioma que representa su pasado. ¿De dónde viene su familia?, ¿por qué sus costumbres?, ¿de dónde el carácter?
En la pozolería yo estaba en una casa de la ciudad de México. Encerrado, viendo la lentitud y la belleza que la tía Lena, las rabietas de la abuela Ana. La imagen de dos hermanas que pasan el tiempo discutiendo. Esa traslación espacial es para mí uno de los primeros descubrimientos de este libro: Ethel Krauze es capaz de construir personajes y atmósferas que nos atrapan.
En este libro, el samovar es el pretexto, el hilo conductor de una historia que se vincula con la historia personal de Tatiana. En algún punto, Tatiana se propone saber quién es su abuela, y la abuela habla de todo aquello en que nuestras abuelas son expertas: la vida. La carencia, el amor, el matrimonio, los divorcios, la celeridad con que suceden uno o el otro. El significado de migrar, no hablar otra lengua. «Mi patria es mi lengua», sentencian algunos autores. Y para una familia judía, rusa, el español es una patria desconocida. Mi patria, dice la abuela Ana, es México. Un país al que llegaron por un naufragio y porque Estados Unidos cerró el ingreso a los refugiados del Nazismo y del Estalinismo. (Como hoy, con la diáspora latinoamericana.)
Pero esto es el telón de fondo. El libro se vuelve íntimo, la historia personal convive con los secretos. Con lo prohibido por la religión pero permitido en la confidencialidad del matrimonio. La sororidad que antes no podía ser nombrada. Samovar es un libro sobre la vida de las mujeres en espacios pequeños; mujeres sencillas, sin pretensiones, cuyo pasado ha contribuido a nuestra visión del mundo.
Hace poco tiempo era común decir «ya siéntese señora» o «señor», para acallar, para minimizar las opiniones de los adultos ante la juventud. Pero esta novela se construye en el diálogo generacional. En algunos momentos es una entrevista de la nieta a la abuela. Decir que venimos de un lugar es abrir el camino para descubrir que nuestra historia personal se puede contar. Que abrevamos de nuestros padres y madres, de quienes nos han precedido. Este libro, para mí, es una invitación para preguntar: «abuela, cómo fue tu vida, cómo te enamoraste, que te ha dolido». Sospecho que encontraremos, como sucede con la experiencia, pedacitos de sabiduría para reforzar quiénes somos.
Hace un tiempo, ese sí, más atrás, cuando la Secretaría de Cultura del Estado, hacía algo por la cultura, en un evento que se llamaba Escritores en verano, Brenda Ríos dialogaba con Iris García Cuevas sobre las mujeres en la literatura. Hablaron de muchas autoras desconocidas para un aficionado como yo. Nos dijeron que respondiéramos si leíamos a más escritoras o escritores. Si hoy pregúntanos eso mismo aquí, la respuesta no sería diferente que en aquel entonces. La conclusión de esa charla, después de muchos títulos y nombres, es que yo debería leer a más escritoras. Lo intento, y he descubierto que podemos amplificar nuestra visión del mundo desde la escritura de las mujeres. Los temas de la maternidad, el erotismo femenino —como sucede en este libro también—, el amor, la violencia, tienen otros matices desde las voces de las mujeres. El año pasado uno de los libros que me hizo volver a mi centro y comprender un poquito del amor fue escrito por una mujer lesbiana, ¿Cómo ser feliz cuando puedes ser normal?, de Jeanette Winterson. Hay libros que te cambian un poco la mirada del horizonte y con eso es suficiente. Por otro lado, también hay libros como Samovar, llenos de poesía, que nos pide reconsiderar la historia personal y acumular el valor necesario para ver si podremos ser capaces de contarla.