La nostalgia y un mundo trepanado en Crowl y Hospital Británico:
Héctor Viel Temperley
Todas las lágrimas de la vida volverán a mis ojos;
y por las hondas sendas de un pecho de caballo
querré internarme, refugiarme en mi casa de trozos
esparcidos de ballenas: mi casa como un cuerpo
de varón recién nacido en el tórrido vientre del
silencio.
HÉCTOR VIEL TEMPERLEY
Hasta hace muy poco descubrí la poesía de Héctor Viel Temperley, justo en uno de los momentos más cruciales de mi búsqueda espiritual. Había leído gran parte del Antiguo Testamento; y recuerdo con mucho interés a personajes como David, Abraham, Tobit y Jacob, cuya fe se vio reflejada en el acto ominoso de entregar su miseria al ser todopoderoso. Esto me ha provocado un sinfín de preguntas entorno a la figura de Dios, como, por ejemplo: ¿por qué vivimos en un mundo agitado por la violencia, o por qué sentimos un vacío en nuestras vidas cuando buscamos la presencia de Dios?
Por ejemplo, en el libro del Génesis se narra el conflicto que Jacob tiene con Dios: una batalla campal cambiará por completo su vida hasta transformar, no sólo su fe, sino su onomástico y su vida física. Así como Jacob, Viel era una persona de oración; y esta oración era reflejo exacto del diálogo que tenía con Dios y con su fidelidad. Esta misma batalla ocurre con la poesía que aparece en Crawl, por ejemplo; y con gran parte de Hospital Británico. Viel —en la necesidad de volcar su experiencia mística en poesía— crea una obra poética en donde las sensaciones psíquicas y las emociones personales se mezclan con la nostalgia y con el dolor más grande que puede sentir un hijo: la pérdida de una madre.
Uno de los textos que me han acercado a la lectura de Viel, sin duda, es El cielo trepanado. Sobre Hospital Británico de Héctor Viel Temperley del escritor Adán Medellín, cuya obra obtuvo el más reciente Premio Bellas Artes de Ensayo José Revueltas, y que fue publicado bajo el sello de El Tapiz del Unicornio. Este lúcido ensayo versa sobre la obra poética de Viel y penetra en las más absolutas reminiscencias espirituales y existenciales que el autor de Crawl tuvo cuando escribió Hospital Británico. Este libro es el resultado de una investigación exhaustiva y de meditación profundas, porque no sólo devela las cruentas imágenes de la poesía, sino que también indaga sobre conceptos místicos que —de modo muy sugerido— existen en los versos de estos dos libros laberínticos y nostálgicos.
Por principio, el término trepanación me era ajeno e, incluso, desconocido. Sin embargo, el acto quirúrgico en el que hacen un orificio craneal a un enfermo para extirpar algún tumor, es el origen de Hospital Británico, en donde el poeta fue intervenido médicamente por una enfermedad. Y es aquí donde quiero centrar mi comentario. En la quinta parte de El cielo trepanado… Adán nos muestra las tres etapas fundamentales en el que explica —de manera muy clara y precisa— las estaciones que pueden funcionar para dilucidar la semántica del dolor y el sufrimiento. A través de un estudio hermenéutico, Adán nos traza la primera estación, titulada “La enfermedad”, en donde la voz poética experimenta, más allá del dolor físico y la postración anestésica, la incapacidad de percibir el mundo circundante; y llamémosle mundo a todo aquello que está fuera de sí mismo. Centrada en la figura del cuerpo, tal y como Adán lo menciona al citar la escultura de Miguel Ángel, Viel está sobre los brazos de una madre imaginada, en cuyo pecho descansa la muerte del hijo. La madre de Viel, transformada en María (una madre amorosa, entregada y fiel a las circunstancias mórbidas de su hijo) hace notar la capacidad nostálgica del autor para mostrarnos un cuerpo acabado, inerte, distanciado de la realidad y que, sin embargo, es capaz de percibir a través de la ensoñación, pues como dice el poeta “Voy hacia lo que menos conocí en mi vida: voy hacia mi cuerpo”.
La figura del cuerpo desfalleciente es un espejo de la figura —no del Dios del Antiguo Testamento (un Dios fuerte, lleno de autoridad y vida)— sino más bien del Dios del Nuevo Testamento: un Dios crucificado, un Dios hijo, lastimado por los azotes y la crucifixión. La imagen de un Cristo Pantocrátor proporciona una idea de que el Dios, en sus dos concepciones, proyecta la misma salida trepanatoria que el poeta sufrió cuando estaba en el hospital. Me parece muy curioso cómo Viel sintió que de su orificio se le iba el alma; cómo, de algún modo, entablaba una conversación con Dios mismo, como si hubiese tenido su propia transfiguración tabórica. Esa luz que provee su cuerpo hacia arriba —el cielo— es una comunicación glacial que tiene con su fe y con lo divino. Y sin embargo, una comunicación con su madre.
El poeta, desde la enfermedad, tiene un encuentro con Dios. El místico y poeta renacentista San Juan de la Cruz llevaba una vida de oración, y a través de su poesía se vio reflejado el canto que de manera personal tenía con el creador. Del mismo modo Viel utiliza la condición de enfermo para entablar una comunicación celestial consigo mismo y con Dios, pues el único consuelo que encontraba era que, después de la enfermedad, iba a venir la sanación. Sin embargo, antes de llegar a ese punto ocurre una segunda muerte. La primera fue la enfermedad física; la segunda, cuando, días después de la trepanación, sabe que su madre había muerto. A diferencia de Cristo, Viel quedó huérfano; quedó convertido en un niño cuya luz ya no descendía, sino que más bien, era opacada por la segunda muerte que nacía de sus entrañas.
La segunda estación de la que nos habla Adán es “La muerte”; pero una muerte transfigurada, espectral y metafórica. Luego de la muerte de Cristo, Él desciende al Infierno para, después, encontrarse con su Padre. La muerte del poeta no es una muerte literal: más bien, es un encuentro consigo mismo; una muerte consciente en donde las sensaciones físicas se metamorfosean a sensaciones espirituales. Dos estrofas que son representativos de esta etapa son: “Mi cuerpo —con aves como bisturíes en la frente— entra en mi alma”; y “Señor: Desde este instante mi cabeza quiere ser, por los siglos de los siglos, la herida Tu Mano bendiciéndome en fuego”. El fuego representado en la muerte de Viel abreva hacia la purificación y sanación del mismo poeta. El fuego, en tanto representado como la presencia divina del Espíritu Santo (recordemos que en el Libro de los Hechos, justo en el día de Pentecostés, a los Apóstoles se les aparecieron unas lenguas como de fuego, inspiradas bajo el amparo del Espíritu Santo) es un fuego calcinando, un fuego que entra en el cráneo de Viel para sentir la presencia de Dios. Esta muerte, un tanto desgarradora, vacía al poeta y lo convierte en una luz desnuda ante una oscuridad omnipotente.
En la misma herida, en la trepanación, en el orificio, en el agujero, en una parte abierta de Viel entra Dios a purificar todo aquello que está impuro. Y pareciera que la trepanación (la muerte) es un acto mismo de purificación, pues por medio de este artificio es que logra una comunión plena con Dios y consigo mismo; además de que su presencia demoledora le brinda una paz corpórea. Precisamente este es el requerimiento para que el Fuego Eterno purifique el cuerpo y alma: que exista un vaciamiento total de los sentidos, de la voluntad y de aquello que nos ata al mundo, para permitir que ese fuego incendie aquellos senderos oscuros que hay dentro de nuestra mente.
La última etapa que expone Adán es “La Resurrección”. Luego de la muerte viene otra vez la luz; pero una luz que hace despertar de su letargo a quien ha esperado —desde una muerte entregada a Dios— a quien ha muerto por medio de la fe. Lo que me llamó mucho la atención es que Viel sutura una tríada bien ensamblada, equidistante, que dialoga íntimamente con los hilos bien trazados de una trinidad apenas sugerida: Dios—Muerte—Resurrección. Y Adán, en su libro, desentraña esta relación que existe en la poesía de Viel, una poesía litúrgica, casi, por la forma estructural de los versos. Adán Medellín plantea una suerte de trinidad literaria para explorar una poesía que, estoy seguro, encamina a cualquier lector a los senderos de la nostalgia, el dolor y melancolía. El cielo trepanado. Sobre Hospital Británico de Héctor Viel Temperley es un texto revelador, místico en su concepción y revitalizador que rescata la obra poética de un autor que —en su tiempo— fue muy poco leído y reconocido. Además, este libro de ensayos no sólo comulga con la poética de Viel, sino que sus referencias arrojan a otros textos literarios y poéticos como la poesía de San Juan de la Cruz o los mismos textos bíblicos del Antiguo Testamento.
Santo Tomás de Aquino —en su primer tomo de la Suma Teológica— se cuestiona sobre la existencia de Dios, revelando que Él es una sustancia increada. San Francisco de Asís sufrió —así como Viel, una especie de suplicio— los estigmas de la identidad de Jesucristo y de la voluntad misteriosa de Dios. ¿Qué caso tiene para una persona que cree en Dios sufrir esta triada misteriosa decretada por Dios Padre? La súplica de estos santos era encontrar, entre sus dolores y postraciones, una explicación ante estos cuestionamientos ineludibles. Viel, sin embargo, es un hombre trepanado por el destino que, así como Job, asume su enfermedad, su destino y su condición de hombre necesitado de un Dios. El cielo trepanado de Adán Medellín es una guía para quienes intentan responder este tipo de preguntas; o, quizá, para oscurecer más sus respuestas y asombros.
Viel, el poeta de lo nostálgico. Siempre.
Luis Ricardo Palma de Jesús (Acapulco, 1990) Es licenciado en Literatura Hispanoamericana y Maestro en Humanidades por la Universidad Autónoma de Guerrero. Inició su formación con el taller impartido por Patricia Laurent Kullick. Obtuvo el Premio Estatal al Tercer Lugar de Ensayo organizado por CONACYT (2014), el XVIII Premio Estatal de Cuento y Poesía María Luisa Ocampo (2016) y ganador del Programa Editorial de la Secultura con el libro de cuentos Las maneras de conjugar la muerte (2017). Ha sido corrector de estilo en la Revista de Humanidades de Rojo Siena Editorial y ha publicado cuentos en las revistas Revolución, Revista Asalto y Círculo de poesía y el libro de cuentos El sueño que no era, editorial Praxis. Becario del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico de Guerrero (PECDAG, 2015) y del Programa Los signos en rotación dentro del Festival Cultural Interfaz 2017.
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