AMELIO ROBLES; UN HOMBRE TRANS EN LA REVOLUCIÓN MEXICANA
El caso de Amelio no representa una generalidad en la tolerancia hacia las minorías sexuales y de género en la época revolucionaria, pues se enfrentó a algunas adversidades y sanciones sociales tras su transición.
La imagen de Amelio Robles no se diferencia de la de otros hombres de la época, la cual presenciaba un México que se convulsionaba a consecuencia del levantamiento de armas ocurrido en noviembre de 1910 tras el llamado de Francisco I. Madero a la sublevación a través del Plan de San Luis.
El coronel lleva puesto un traje oscuro que se conforma de un saco, pantalones, corbata y, expuesta de una manera intencional, como si se tratara de un elemento imprescindible de su aspecto, una pistola asida al cinto de su pantalón. Sobre su cabeza lleva un sombrero que afina aún más su elegante semblante y en su rostro se vislumbra una dura expresión acompañada de una aparente seriedad imperturbable.
No obstante, una revisión más profunda a la vida de este hombre de guerra nos permite conocer una historia que no se revela a simple vista: Amelio fue un hombre trans que participó en la Revolución, logró ser nombrado coronel y consiguió que su identidad de género fuera reconocida.
Este guerrillero zapatista, originario de Guerrero, nació hacia 1889, año en el que fue asignado mujer, género con el que fue reconocido durante su niñez y juventud. En aquel entonces respondía al nombre de Amelia y se caracterizaba por ser una mujer poco común para el contexto histórico en el que se encontraba, ya que desde joven aprendió a utilizar las armas y controlar caballos, actividades que social y culturalmente estaban relacionadas con los hombres.
Para el año de 1912, cuando tenía 23 años, decidió unirse a la lucha revolucionaria a través de las filas zapatistas. Su participación se centró en tareas de mensajería, contrabando de armas y víveres, lucha armada y misiones especiales.
A raíz de su ingreso a las filas bélicas, Amelia solicitó que se refirieran a su persona en masculino, comenzó a usar ropa considerada propia de los hombres y se hizo llamar Amelio, nombre que pidió fuera respetado.
De acuerdo con la historiadora, investigadora y docente feminista Gabriela Cano, la determinación de Amelio de aparecer ante el mundo, y en el contexto revolucionario, como un hombre no respondía a la necesidad de algunas mujeres que participaron en la lucha de pasar desapercibidas frente al riesgo de ser violadas o recibir reprimendas, sino a su deseo de identificación masculina.
“Amelio Robles transitó de una identidad femenina impuesta a una masculinidad deseada: se sentía y se comportaba como hombre y su aspecto era varonil”, señala Cano.
Además, agrega: “Amelio Robles se construyó una imagen corporal y una identidad social masculina con los recursos culturales a su alcance en un aislado poblado rural mexicano. Con gran habilidad, Robles manipuló a su favor dichos medios culturales: la pose o performance de género, una cultura visual del cuerpo inaugurada por la proliferación de retratos de estudio, y una prensa industrial ávida de noticias sensacionalistas que se interesó y dio legitimidad a la historia del revolucionario zapatista”.
En 1918, tras la victoria de Venustiano Carranza, se convirtió en soldado del Ejército mexicano. Su cercanía y amistad con el general Adrián Castrejón, quien era su jefe en el Ejército, y otros hombres de guerra inmiscuidos en la política, le permitieron que su identidad masculina fuera reconocida de forma oficial en las filas militares y entre sus compañeros.
Amelio era un hombre y quien se atrevía a no respetar su identidad u osaba referirse a él con el género incorrecto corría el riesgo de enfrentarse a su pistola. Mantuvo relaciones sentimentales con varias mujeres, entre ellas Ángela Torres, con quien adoptó una hija, y Lupita Barrón.
El título de coronel le fue otorgado por sus compañeros del ejército zapatista, que no era reconocido por la Secretaría de la Defensa Nacional como un cuerpo militar, por lo que dicha instancia no le concedió este título de manera oficial ni le otorgó una pensión militar.
No obstante, gracias a que en su expediente en los archivos militares se encontraba un acta de nacimiento apócrifa que lo identificaba como Amelio Malaquías Robles Ávila, la Secretaría de la Defensa Nacional avaló la identidad de género de Amelio, ya que en 1974 lo condecoró como Veterano de la Revolución Mexicana, y no como veterana, título que fue otorgado a algunas mujeres que participaron en la lucha.
Amelio falleció en 1984 y paradójicamente, pese a su empeño por ser reconocido como hombre, cinco años después de su muerte, la Secretaría de la Mujer de Guerrero, la Dirección de Culturas Populares del CONACULTA y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, abrieron las puertas de un museo llamado Amelia Robles. Además, una escuela primaria en su pueblo natal lleva en su honor el nombre Coronela Amelia Robles.
La participación de Amelio Robles en la Revolución como un hombre transgénero cuya identidad fue reconocida y que recibió nombramiento como coronel marca un hito que, contrario a lo que comúnmente se piensa, indica que las personas de la diversidad de género siempre han estado presentes en nuestra realidad y han sido participes de los diferentes acontecimientos históricos de nuestro país.
Es pertinente aclarar que el caso de Amelio Robles no representa una generalidad en la tolerancia hacia las minorías sexuales y de género en la época revolucionaria, pues el mismo Amelio se enfrentó a algunas adversidades y sanciones sociales tras su transición de género y como consecuencia a su transgresión de las formas normativas de identificación de género.
La vida, vicisitudes y el proceso transición de Amelio Robles, así como sus implicaciones sociales en la época, son analizados e investigados por Gabriela Cano en un texto titulado Amelio Robles, andar de soldado viejo. Masculinidad (transgénero) en la Revolución Mexicana, el cual se encuentra en el libro Sexo y revolución. Género, poder y política en el México posrevolucionario (2006), escrito por la propia autora al lado de Mary Kay Vaughan y Jocelyn Olcott.
“La transgresión de Amelio Robles no debe verse como una impugnación o reafirmación propositiva de una ideología de género, a la que se pueda juzgar positiva o negativamente, sino como una manera tan legítima como cualquier otra de articular un modo individual de ser y de sentirse, mediante los recursos culturales al alcance y dentro de los debates culturales vigentes en torno a lo masculino y lo femenino, proceso entramado en los conflictos sociales, las tensiones entre lo rural y lo urbano, la circulación transnacional de las representaciones culturales y la construcción de la memoria de la Revolución mexicana”, señala la autora.